Verònica Tàpias
08/09/2020

A partir de 1986, se han realizado en los tinglados infinidad de actos: exposiciones, mítines políticos, fiestas, conciertos, jornadas…
El muelle de Costa del Puerto de Tarragona es una de las zonas de paseo más emblemáticas de la ciudad. Sus tinglados son escenario de numerosas exposiciones, actos culturales y festivos: desde muestras de pintura, escultura o fotografía, hasta la celebración de conciertos o fiestas de Carnaval, pasando por jornadas académicas y eventos de todo tipo. Esta, no obstante, no fue la función para la cual se construyeron a finales del siglo XIX. Su destino era otra completamente diferente: almacenar las mercancías que llegaban y salían por barco desde el enclave tarraconense. Echemos la vista atrás y hagamos un poco de historia.
Cuando se creó la Junta de Obras del Puerto de Tarragona, en 1869, el enclave estaba formado tan solo por el dique de Levante, donde los barcos atracaban de punta. El reto de los gestores portuarios era conseguir dotar a la ciudad de una infraestructura portuaria moderna, suficiente y adaptada a las nuevas necesidades del comercio y de la navegación. Y esto se consiguió, sin duda, con la construcción del muelle de Costa. Ideado por Joan Smith en 1802 y justificada su construcción por el ingeniero Amado de Lázaro en su Proyecto General del Puerto de Tarragona (1872), fue proyectado por el ingeniero Saturnino Bellido en 1883 cuando este ostentaba la dirección de la infraestructura portuaria (1881-1889). Las obras de este muelle empezaron en 1885 y finalizaron en 1888. Cinco años más tarde, el ingeniero Ramón Gironza Figueras redactaba el proyecto de urbanización de dicho muelle, que contemplaba la construcción de cuatro tinglados, dos cubiertos y dos descubiertos.

Hasta 1924, los tinglados del muelle de Costa no estaban alienados, tal como muestra la imagen. Archivo del Puerto de Tarragona- autor desconocido.
Los primeros tinglados
Los primeros que se levantaron, el 2 y el 3, consistían en una superficie con columnas de hierro fundido o forjado cubierta por un techo. La función de estas dos construcciones era la de proteger las mercancías de los agentes atmosféricos, facilitar su custodia y evitar que molestaran al tráfico de vehículos y personas. No obstante, una vez construidos, se dieron cuenta de que no contaban con los requisitos necesarios para cumplir su función. La ausencia de paredes creaba dos problemas: las mercancías continuaban necesitando ser cubiertas con lonas impermeables y la vigilancia se tornaba un tanto difícil, sobre todo cuando se trataba de mercancías como cereales, bacalao o sacos de frutos secos. Fue en 1898 cuando el ingeniero Fausto Elio Vidarte, entonces director del Puerto (1893-1902), redactó un proyecto para cerrar las estructuras. El presupuesto para las obras era de 44.815,68 pesetas.
Los otros dos tinglados no se levantarían hasta 1905, cuando los dos primeros resultaron insuficientes para almacenar el trigo que se importaba. Estos dos últimos fueron obra del ingeniero Manuel Maese Peña, también director del enclave en aquel momento (1902-1909), que propuso abrir siete puertas en lugar de las cuatro que tenían los primeros. Tres años más tarde, el 20 de febrero de 1908, se aprobaba este proyecto y las obras se subastaban el 3 de noviembre del mismo año. La Sociedad de Construcciones Metálicas Chávarri, Petrement y Cía, de Bilbao, fue la empresa adjudicataria, que se comprometió a terminar los trabajos en cuatro meses por un presupuesto de 125.367 pesetas. Este presupuesto inicial se vería incrementado por unas reformas que se alargaron hasta 1913. En la memoria del proyecto presentado, la empresa argumentó a su favor haber construido los almacenes comerciales de los puertos de Vigo, Almería y Cartagena, un argumento que pareció funcionar, dado el resultado de la subasta. La misma memoria especificaba que, para los tinglados de Tarragona, “hemos elegido el sistema de armaduras de hierro del tipo inglés apoya¬das sobre columnas de acero dulce las cuales al propio tiempo dejan el encaje necesario a la fábrica de ladrillo”.
«El de Tarragona es uno de los pocos puertos españoles que ha sabido conservar estas singulares construcciones y readaptarlas para nuevos usos»
Los cuatro meses prometidos por la empresa constructora se convirtieron finalmente en casi ¡siete años! Y es que los obstáculos fueron múltiples y variados. En agosto de 1911, se le concedió la primera prórroga al contratista “por la escasez habida de obreros especiales”. En diciembre del mismo año, las huelgas en las zonas productoras de carbón provocaron una crisis siderúrgica que requirió de una segunda prórroga, a la que le siguió una tercera en junio de 1913, solicitada porque el tráfico del muelle “había impedido la construcción simultánea de los tinglados y la huelga general ferroviaria y las de obreros en la región retrasaron el primero de dichos tinglados”. La cuarta y última prórroga se otorgó por Real orden el 28 de agosto del mismo año 1913 a causa de la quiebra de la empresa Montajes Metálicos. El acta de recepción de la obra tiene fecha de 28 de mayo de 1915 y su liquidación de 29 de julio de 1916. Pero aquí no se acabaron los trabajos en los tinglados del puerto de Tarragona. Entre los años 1922 y 1924, los tinglados 2 y 3, los primeros en construirse, se desmontaron piedra a piedra y se trasladaron para alinearlos con el 1 y el 4 para poder dar cabida a las vías de las grúas eléctricas.

Estado lamentable del almacén 2 y el Tinglado 4 después de la Guerra Civil. Archivo del Puerto de Tarragona- autor desconocido.
Los efectos de la Guerra Civil
La Guerra Civil española hizo estragos en el Puerto de Tarragona, como en el resto de la ciudad. El primer ataque aéreo, que dejó efectos desastrosos en la infraestructura, se produjo el 27 de mayo de 1937, pero quizás uno de los días más duros en el enclave por la intensidad de los ataques fue el 22 de octubre del mismo año, cuando tres aviones Savoia lanzaron 23 bombas sobre muelles y diques ocasionando numerosos desperfectos, entre ellos los tinglados del muelle de Costa. Se calcula que, entre el mes de mayo de 1937 y el 15 de enero de 1939, Tarragona sufrió 144 ataques aéreos inducidos por 600 aviones Savoia, Junkers y Heinkel de las fuerzas alemana e italiana, que lanzaron más de 2.200 bombas sobre la población.
Al finalizar la guerra, la Junta de Obras del Puerto de Tarragona proyectó inversiones para reconstruir las infraestructuras principales, muy dañadas por los bombardeos. Los ingenieros y directores de la entidad José María Aguirre e Hidalgo de Quintana, José María Torroja Miret y Eduardo Serraño Suñer fueron los encargados de llevar a cabo los trabajos de rehabilitación, entre los que se encontraban la reconstrucción de los tinglados 2, 3 y 4 del muelle de Costa. Estas obras se compilaron en el Plan General de Obras Públicas de 1940 que, en realidad, era idéntico al de la Generalitat de Catalunya del año 1935.
Con el paso de los años, la construcción de nuevas superficies y la expansión de la infraestructura portuaria tarraconense, el muelle de Costa quedó completamente obsoleto para el tráfico comercial. Fue entonces cuando se decidió aprovechar esta zona y sus construcciones para otros usos. En 1982, la Dirección General de Puertos y Costas concedió el permiso a las juntas de obras de los puertos para liberar las zonas portuarias que habían quedado obsoletas para su uso comercial y destinarlas a mejorar las relaciones entre el puerto y la ciudad a través de la realización de actividades lúdico-culturales y deportivas. Así, a partir de 1986, se han realizado en los tinglados infinidad de actos: exposiciones, mítines políticos, fiestas, conciertos, jornadas…
El de Tarragona es uno de los pocos puertos estatales que ha sabido conservar estas construcciones tan singulares que forman parte del patrimonio portuario y arquitectónico.