Verònica Tapias
12/02/2021

“Hay muchos días que hay que trabajar de noche, en fin de semana o fuera de horario si se produce alguna emergencia”.

La profesión de farero puede resultar una de las más curiosas y desconocidas para quien no está inmerso en el mundo de la navegación. Las primeras referencias como oficio aparecen en el siglo XIV. Sin embargo, su origen como tal no aparecerá hasta 1847 con el Primer Plan de Alumbrado Marítimo de Costas y Puertos de España e Islas Adyacentes. Es en ese momento cuando se hace necesaria una figura que se encargue del servicio del mantenimiento de los faros. Aunque las funciones de esta profesión han sufrido grandes cambios gracias a la llegada de las nuevas tecnologías y parece ya un oficio en peligro de extinción, aún podemos encontrar algunos fareros que, además, todavía utilizan las instalaciones como vivienda. Es el caso de Juan José Heredero, técnico de sistemas de ayuda a la navegación (así es como se llaman ahora) del Port de Tarragona, con residencia en el faro de Salou.

La Autoridad Portuaria de Tarragona gestiona actualmente seis faros: el de Torredembarra, el de Salou, el del Fangar, el de Tortosa, el de la Punta de la Banya i el de Sant Carles de la Ràpita. En un principio, estas torres de señalización luminosa que sirven de referencia para los navegantes dependían del Servicio de Costas del Estado pero en 1992, con la Ley de Puertos del Estado y la Marina Mercante, pasaron a ser gestionadas por las autoridades portuarias. A finales de los años 80’ eran ocho las personas que trabajaban en el mantenimiento de los faros de la provincia pero hoy en día la plantilla se ha reducido a dos. “Ahora la técnica y los equipos son mucho más fiables, el montaje es más sencillo, hemos pasado del gas a la electricidad y, en consecuencia, las inspecciones son menos frecuentes”, apunta Juanjo. Por eso las tres personas que estaban destinadas en el faro de Sant Carles de la Ràpita, las dos de Salou, una en el puerto y dos más en las oficinas del Servicio de Costas se han reducido a dos.

Hasta octubre del año pasado, Juanjo tenía como compañero a Josep Maria Moral, pero ahora está jubilado y es su hijo, Carlos Moral, quien le ha substituido. Carlos estaba trabajando como operario de mantenimiento eléctrico en el Port de Tarragona y, cuando su padre se jubiló, lo trasladaron de manera provisional al puesto de farero. Su padre no es el único farero de la familia. También lo fue su bisabuelo, su tío abuelo y su tío materno. La intención de Carlos es presentarse a la plaza cuando salga la oferta pública para poder jubilarse en el mismo puesto que su progenitor. “Me he criado viviendo en faros y la tradición familiar pesa. Me gusta mucho este oficio y me considero un privilegiado por poder visitar sitios como los faros del Delta del Ebro con todo el paisaje que los rodea”, explica.

Un folleto en el buzón

El caso de Juanjo es completamente diferente. Y es que la elección de su profesión fue una pura casualidad. Cuando acabó sus estudios y se puso a buscar trabajo, encontró un folleto en el buzón con información de un centro que impartía la formación necesaria para hacer de farero. “Yo vivía en Madrid y me gustó la posibilidad de vivir cerca del mar. Además, me gustaba la electrónica y la electricidad y decidí tirarme a la piscina”, explica. Cuando se presentó al examen, no solo lo aprobó, sino que fue el número 1 de las 200 personas que optaron a las plazas. Entonces tenía 22 años y su primer destino, que era provisional, fue Peñíscola. Después de medio año salieron las plazas vacantes de los movimientos internos y una de ellas era para el faro de Sant Carles de la Ràpita. Allí estuvo desde el año 1988 hasta 2010, cuando quedó una vacante en Salou, donde lleva ejerciendo y viviendo desde entonces.

La Autoridad Portuaria de Tarragona gestiona actualmente seis faros: el de Torredembarra, el de Salou, el del Fangar, el de Tortosa, el de la Punta de la Banya i el de Sant Carles de la Ràpita

El día a día de este farero ha cambiado bastante desde que empezó hasta ahora. “Cuando yo empecé en Sant Carles de la Ràpita, la cosa ya estaba cambiando. La parte antigua de gas se iba dejando atrás para dar paso a la electrónica y a las placas solares, lo que suponía un menor mantenimiento y menor riesgo”, explica. En aquella época, Juanjo y dos personas más se ocupaban del mantenimiento de toda la zona del Delta del Ebro y recuerda la peculiaridad del faro de Tortosa: “Esta instalación está en el mar y tenía una logística un tanto diferente. Había que llegar navegando y la climatología, sobre todo el viento, y el estado del mar condicionaban el viaje”. Si bien es cierto que eran tres personas solo para esta zona, los equipos eran menos fiables y más antiguos y, por lo tanto, las inspecciones se realizaban cada quince días. “Ahora, en cambio —apunta—, las inspecciones de mantenimiento nocturno las hacemos cada tres meses”.

Para Heredero el cambio más importante se ha producido en la movilidad: “Antes teníamos una movilidad más reducida. Los que estábamos en Sant Carles nos ocupábamos de los faros del delta. Ahora, en cambio, controlamos todos los faros del puerto, las luces de emergencia y llevamos la inspección técnica de todos los equipos de balizamiento que hay en la provincia, clubes marinos, puertos deportivos, puertos de la Generalitat… para que cumplan las prescripciones marcadas por Puertos del Estado”, aclara. “Eso requiere una mayor movilidad, lo que me permite disfrutar de unos paisajes impresionantes, de la crecida del arroz cuando voy a les Terres de l’Ebre y de la infinidad de fauna que hay por allí”, añade. Aunque la profesión de Juanjo también requiere de trabajo de oficina, el hecho de trabajar muchos días al aire libre es una de las cosas que más satisfacción le dan.

“Alguna vez he tenido algún susto a causa de un rayo que ha caído en la antena y ha quemado parte de la instalación eléctrica”

El horario laboral de este farero es “bastante flexible”: como base, una jornada laboral de 8h a 16h, pero que puede ajustarse más o menos a su conveniencia “porque también hay muchos días que hay que trabajar de noche, en fin de semana o fuera de horario si se produce alguna emergencia”, aclara. Eso sí, si uno de los dos fareros se desplaza el fin de semana o durante las vacaciones, el otro está obligado a quedarse de retén “para que siempre esté cubierta toda nuestra zona”.

Lugar de trabajo y vivienda

Heredero tiene ahora 56 años y desde hace once está instalado en el faro de Salou, una torre cilíndrica en medio de un edificio de planta cuadrangular que se ha conservado con pocas alteraciones desde que se construyó en 1858. Se trata de una obra de mampostería de época isabelina. El de la capital de la Costa Dorada, junto con el de Sant Carles de la Ràpita, es el más antiguo de los faros de la provincia y se levantó como luz blanca de recalada por estar cercano al puerto de Tarragona. Con 23 millas, es el que tiene mayor alcance de todos.

No es la primera vez que Juanjo tiene su vivienda en un faro: “Cuando trabajaba en Sant Carles de la Ràpita también vivía en el faro”, apunta. Aunque no es de su propiedad, la casa donde vive actualmente Heredero pertenece a la APT: “Ellos me ceden la vivienda y yo, como contraprestación, garantizo que el entorno esté cuidado”. Para Juanjo, “la casa no está mal pero la terraza y el paisaje que tengo son un privilegio, poca gente puede disfrutar de unas vistas como estas”, explica con satisfacción.

¿Y el día que hay tormenta eléctrica, cómo se lleva vivir en un faro? “Uno se acostumbra a todo”, explica el farero. “Los rayos no me dan miedo pero sí respeto. De hecho, alguna vez, he tenido algún susto a causa de un rayo que ha caído en la antena y ha quemado parte de la instalación eléctrica, pero nunca ha sido gran cosa”, añade. Está claro que, para Heredero, los pros superan de mucho a los contras y está muy satisfecho con la vida que ha elegido.